En esta casa conocida como la Mansión del Dean, propiedad del Marquesado de Holanda, cuya Heredera. Mariana Carcelén y Larrea, se casó con el Mariscal Antonio José de Sucre, vivieron los momentos más felices de la pareja, muy cercana a Quito, ubicada en Conocoto. Les permitió tener estos momentos placenteros , pero también a Mariana dé dolor. En esta casa escribió una carta extremadamente impresionante al asesino intelectual de su esposo y luego de exigirle que le devuelva el cuerpo del Mariscal lo escondió aquí durante varios años: Al General, José María Obando, estas fúnebres vestidos, este pecho rasgado, el pálido rostro y desgreñado cabello, estan indicando tristemente los sentimientos dolorosos que abruman mi Alma, ayer esposa envidiable de un héroe, hoy objeto lastimero de conmiseración, nunca existió un mortal más dichoso que yo, no lo dudes hombre exsecrable, la que te habla es la viuda del Gran Mariscal de Ayacucho. Heredero de infamias y delitos. Aunque té complazca el crimen, aunque el sea tu hechizo, dime desacordado para saciar esa sed de sangre era menester inmolar una víctima inocente. Ningún otro podía aplacar tú saña. Yo, te lo juro, E invoco por testigo al alto cielo, un corazón más recto que el de Sucre, nunca pálpito pecho humano, unida a el por lazos que solo tú bárbaro fuiste capaz de desatar. Unida su memoria por vínculos que tú poder maléfico no alcanza a romper, no conocí en mi esposo sino un carácter bondadoso, un Alma llena de benevolencia y generosidad. Más yo no pretendo hacer aquí la apología del General Sucre, ella está escrita en las fastas gloriosas de la patria, no reclamo su vida, esa pudistes arrebatarsela, pero no restituirla, tampoco busco represalias, mal pudiera dirigir el acero vengador la trémula mano de una mujer. Además el Ser Supremo cuya sabiduría quiso por su fines inescrutables consentir en tú delito, sabrá exigirte algún día cuenta más severa mucho menos imploro tú compasión, ella me serviría de un cruel suplicio, solo pido me des las cenizas de tú víctima. Sí dejas qué ellas sé alejen de esas horribles montañas, lúgubre guaridas del crimen Y la muerte y del pestifero influjo de tú presencia, más terrorífica, que la muerte y el crimen. Tus atrocidades inhumanas no necesitan nuevos testigos en tú frente feroz está impresa con carácteres indelebles la reprobación del útero. Tu mirada soniestra es el vértigo de la virtud, tu nombre horrendo el epígrafe de la iniquidad y la sangre que enrojece tus manos parricida el trofeo de tus delitos? Aspiras a más? Sedeme pues los despojos mortales, las tristes reliquias del héroe, del padre y del esposo y toma en retorno las tremendas imprecaciones de su patria, de su huérfana y de su viuda. Mariana Carcelén y Larrea de Sucre.